La vida
interior de los animales es difícil de estudiar, pero sí que hay una certeza:
debe ser mucho más rica de lo que la ciencia pensó en un momento.
En 1992 en
Tagalooma, en la costa de Queensland, la gente comenzó a echar peces al mar
para que los delfines salvajes locales comieran. En 1998, los delfines
comenzaron a alimentar a los humanos arrojando peces al muelle. Los humanos lo
hicieron para pasar un rato divertido alimentando a los animales pero, ¿en qué
pensaban los delfines? Charles Darwin
pensó que las capacidades mentales de los animales y de los humanos diferían
únicamente en el grado, no en el tipo. Su último gran libro, La expresión de las emociones en el hombre y
en los animales, examinaba la alegría, el amor y el dolor experimentado por
los pájaros, los animales domésticos y los primates mientras lo hacía con
individuos de distintas razas humanas.
Durante gran
parte del siglo XX, la biología estuvo más próxima a las teorías de Descartes
acerca de que los animales no tenían ningún tipo de conocimiento, que a las de
Darwin. Los estudiosos del
comportamiento animal no descartaban la posibilidad de que los animales
tuvieran algún tipo de conocimiento, pero lo consideraban una pregunta
irrelevante debido a la imposibilidad de hallar la respuesta. En 1976, el
profesor de la Rockefeller University de Nueva York, Donald Griffen, argumentó
en su libro La cuestión de la conciencia
animal que los animales eran capaces de pensar, habilidad que debía ser
objeto de investigación científica.
Tras muchos
años de estudio y observación, la mayoría de los científicos se sienten ahora
capaces de decir que algunos animales pueden procesar información y expresar
emociones de una forma que tiene que estar acompañada de una consciencia mental.
Están de acuerdo en que los animales tienen
capacidades mentales complejas; aunque hay algunas habilidades que sólo se
cree que presenta el ser humano, como la capacidad de dar nombres a los objetos
y emplear herramientas, los primates,
los córvidos y los cetáceos tienen algo similar a lo que los humanos
denominamos cultura, en la cual ellos desarrollan distintas formas de hacer
las cosas que han pasado de generación en generación mediante la imitación y el
ejemplo. No todos los animales tienen
los atributos de la mente humana, pero casi todos los atributos de la misma han
sido encontrados en algún u otro animal.
Un ejemplo es
el de Billie, un delfín hembra que, tras ser herida, pasó tres semanas en un
acuario de Australia recibiendo tratamiento médico. Allí vivió con un grupo de
delfines que habían sido entrenados para realizar varios trucos, educación que
ella nunca recibió. Una vez terminado el tratamiento, observadores locales se
sorprendieron al verla en pie sobre su cola, truco similar al que realizaban
sus compañeros en el acuario, el cual habría aprendido por imitación. Este comportamiento es difícil de entender
sin imaginar un tipo de conocimiento capaz de apreciar lo que está viendo y de
imitar las acciones de los demás. La respuesta se encontró en las “neuronas
espejo”, células nerviosas que hacen que hagas lo mismo que estás observando en
alguien como, por ejemplo, lo que nos ocurre con los bostezos.
Pero decir que
los animales tienen bases de conciencia no es lo mismo que decir que pueden pensar
o sentir. La prueba más común para
establecer si existe la autoconciencia es probar la habilidad para reconocerse
a uno mismo en un espejo, lo que implica que estás viéndote como algo
individual, separado de los otros seres. Darwin escribió sobre Jenny, un
orangután que, jugando con un espejo “se quedó atónita” al ver su reflejo. El
Dr. Gallup en 1970, marcó la cara a los sujetos de su experimento con una
sustancia inodora y esperó a ver su reacción cuando vieran su reflejo. Si se
tocaban la marca, quería decir que se reconocían en la imagen proyectada en el
espejo. Muchos humanos entre el año y
los dos años de edad mostraban esa habilidad, y el Dr. Gallup descubrió que los
chimpancés también la tenían. Desde ese momento, se ha demostrado que también
la poseen los orangutanes, los gorilas, los elefantes, los delfines y las
urracas.
Pero una cosa
es reconocerse a sí mismo y otra reconocer a otros individuos como algo más que
objetos. Satino, un chimpancé de un zoo de Suecia, demostró que su especie tenía
esta capacidad cuando los cuidadores observaron que éste almacenaba piedras y
las escondía para después tener algo que tirar a los visitantes que le
aburrían. Esto quería decir que Satino podía recordar un acontecimiento
específico del pasado (que le habían aburrido), preparar un plan para el futuro
(tirarles piedras) y construir mentalmente una nueva situación (alejar a los
visitantes).
Otra prueba es
la capacidad de experimentar placer o dolor. Se sabe que algunos animales
sienten pena, o al menos se preocupan, cuando algún miembro de su manada está
enfermo o herido. Por ejemplo, los chimpancés más fuertes ayudan a caminar a
los débiles en la selva; y los elefantes lamentan la muerte de otros miembros
de su grupo. También se ha observado la ayuda entre animales de dos especies
diferentes, como delfines que ayudan a ballenas desorientadas o a humanos que
van a ser atacados. Si los animales
tienen autoconsciencia de ellos mismos, son conscientes de otros y tienen
ciertos rasgos de auto-control quiere decir que comparten algunos de los
atributos que la ley usa para definir a una persona.
Sin embargo, el
atributo más comúnmente utilizado para distinguir a los humanos del resto de
los animales es el lenguaje. Los animales se comunican constantemente, siendo
uno de los casos más sorprendentes el de los cercopitecos verdes. Estos monos
tienen diferentes tonos de alarma para comunicar la presencia de leopardos,
águilas o serpientes. Otro caso es el de Chaser, un border collie capaz de
distinguir los juguetes por sus nombres. Aun con todo, el caso que más
impresiona es el de Washoe, un chimpancé que aprendió el lenguaje de signos de
dos investigadores de la Universidad de Nevada, llegando a iniciar
conversaciones y a preguntar por comida.
La cultura es
considerada como la segunda característica definitoria de la humanidad,
compuesta por diferentes formas de actuar que no se transmiten por herencia
genética o por presión del medio, sino mediante la educación, la imitación y el
conformismo. Esto, considerado como exclusivo de los humanos, también se
aprecia en otras especies. Pero si los
animales comparten cuatro de los cinco atributos que conforman una cultura
–una tecnología característica, la capacidad de enseñar y aprender, un
componente moral con reglas y castigos, distinción entre los integrantes del
grupo y los extraños y un carácter acumulativo que se construye con el tiempo- hay una que no comparten: que la cultura
cambia con el tiempo. Algunos aspectos del comportamiento animal sí que
cambian de alguna forma que podríamos llamar cultural, pero no es un cambio
progresivo, sino adaptativo.
Con todo esto,
llegamos a varias conclusiones. La primera de ellas es que varios animales tienen conocimiento, algo que se observa por las
evidencias de las funciones cerebrales, sus comunicaciones y la versatilidad de
sus respuestas. Los primates, los córvidos y los cetáceos tienen atributos de cultura, aunque no tengan ni lenguaje ni religión
organizada. El resto de los animales presentan determinadas características
similares a los humanos, pero de forma aislada. Aun con todo, la tercera verdad
general es que hay una relación entre
mente y sociedad que queda manifestada en el comportamiento de algunos
animales como los primates, cetáceos, loros y elefantes, que cuentan con un
mayor nivel cognitivo y que viven en sociedades organizadas.
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