La leishmaniosis, que afecta a alrededor de 12 millones de
personas en todo el mundo, ha llegado a la especie humana de la mano de los
tábanos.
Pero ahora
parece que habita un virus escondido en algunas especies del parásito que ayuda
silenciosamente a subvertir el tratamiento.
La
leishmaniosis es un problema común en Latinoamérica, la parte sur del
continente asiático y en determinadas zonas de África. Dependiendo de la forma
que adquiera la enfermedad o la especie de parásito que la contenga, puede atacar tanto a la piel como a la
mucosa de nariz y boca o a los órganos internos. Y no es fácil de tratar.
“El hasta ahora
fracaso del tratamiento sigue siendo un reto para doctores e investigadores”,
dice Jean-Claude Dujardin del Instituto de Medicina Tropical de Amberes,
Bélgica.
Luchando contra su expansión
Dependiendo del
medicamento y la región, la tasa de fracaso del tratamiento varía, dice Dujardin.
Por ejemplo, en Latinoamérica dos de cada cinco personas recae después del
haberse tratado, pero este porcentaje aumenta hasta un 70% en el sur de Asia,
donde aparece otro tipo de leishmaniosis. Las explicaciones más sencillas es
que o el parásito se ha vuelto resistente o que la gente no está tomando los
medicamentos adecuadamente.
Pero, al menos,
en Latinoamérica parece que hay una explicación alternativa. El virus que afecta al parásito hace que la enfermedad se vuelva más
severa en ratones, y ahora parece que ocurre lo mismo en los humanos.
“El parásito es
infectado por el virus, y es de ese modo como éste se transfiere a los
tábanos”, dice Dujardin, que forma parte de una colaboración internacional que
estudia al virus en personas infectadas del parásito L. braziliensis en la selva amazónica de Bolivia y Perú. De la
gente cuyos parásitos estaban infectados con ese virus, el 53% recayó en la
enfermedad una vez finalizado el tratamiento.
Solo el 24% de la gente que no
estaba infectada con ese virus recayó.
Aparecieron
resultados similares entre la gente infectada con L.guyanensis, otro parásito común en la zona. No existe una
relación entre el éxito del tratamiento y la resistencia del parásito hacia los
medicamentos dados a los pacientes.
Un sistema de muñeca rusa
“Tienes que
imaginarte el sistema de una muñeca rusa”, dice Dujardin. El parásito se multiplica dentro de la célula humana que lo acoge y,
una vez ahí, el virus que ha estado al acecho se despierta y comienza a
interactuar con la célula.
En algunos
casos no es sorprendente que un virus pueda infectar a un parásito. A menudo se
dice que el “parasitismo” es la forma más común de vida, pues más de la mitad
de las especies animales del planeta viven de otras de alguna manera.
Pero Kevin
Lafferty, un ecologista de la Universidad de California, Santa Barbara, dice
que aunque los virus son conocidos por infectar a bacterias y a parásitos, no son muy comunes los casos en los que un
virus que infecta a un parásito infecte a su vez a otro huésped.
Sin embargo,
Jorge Alvar, de la Iniciativa de medicamentos para enfermedades desatendidas de
Suiza, advierte que todavía no se sabe cómo el virus afecta a la evolución del
parásito o cómo, en última instancia, afecta al paciente.
Virus similares
se han encontrado en otros parásitos. Por ejemplo, la guardia o el cryptosporidium,
causantes de la diarrea o en trichomonas
vaginailis, que causa enfermedades de transmisión sexual. Los estudios sobre su prevalencia nos
pueden ayudar a comprender mejor el efecto de la infección viral de los
parásitos y puede jugar un papel en cómo tratar esas enfermedades parasitarias,
dice Dujardin.
Este artículo ha sido publicado en la
revista New Scientist
Resumen y adaptación por Exopol
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